Cuando puedas leer este mensaje
es posible que yo ya me haya ido,
pero me habré llevado en ese viaje
el brillo de tus ojos y el sonido
de tu inocente voz como equipaje.
Yo soy aquél que te intuyó el
primero,
el que al verte nacer cambió de estado,
el que con chaparreras y sombrero
va montando el caballo colorado
de la pintura grande del sillero.
No es gesto de altanera bizarría
si clavo la mirada en lontananza,
es tan sólo una llama de alegría,
porque antes de morir llegará el
día
de revivir, con sangre mi
esperanza.
Esa sangre es la mía, la heredada
(de mi padre), del padre de mi
padre y de su abuelo;
sencilla estirpe, que jamás
manchada
supo mirar la vida sin recelo
y ahora comienza en ti nueva
jornada.
No busques oro ni plata en mi
escarcela,
lo que heredé en tu manita cabe,
te dejo algo mejor, la dulce y
suave
hombría de bien que me formó en su
escuela
y mantendrá mi vida hasta que
acabe.
Cuando puedas usar mis
chaparreras,
cuando te queden justas mis
arciones,
cuando mi espuela fija en tus
talones
lleve el compás, en tardes
domingueras,
de un jarabe con giros retozones.
Cuando en tu joven labio apunte el
bozo,
domines el vigor de un cuaco entero,
entres como señor al coleadero
y rubores esconda algún rebozo
porque te vieron bravo y
caballero.
Entonces, sólo entonces, de mis
sillas
podrás seleccionar la que te
guste,
no pienses en bordados ni en
hebillas,
a la hora de elegir elige el fuste
que puedas dominar con tus
canillas.
Un charro es al nacer un
caballero,
ante el mundo que envidia su
figura
ha de llevar seguro, no altanero,
en la silla un machete, fino acero
y la mejor pistola en la cintura.
Uno y otra no deben ser motivo
para sentirte fuerte y dominante;
si eres fuerte sé humilde y no
agresivo,
si buscas amistad sé comprensivo,
si sabes dominar, sé tolerante.
Austreberto Aragón,
viejo espadero,
en su rústica fragua de Antequera
templó las hojas y grabó el letrero
de todos mis machetes, con
cualquiera
podrás formar un círculo de acero.
Imítalos, mañana sé como ellos,
limpio, resplandeciente en la contienda,
encegueciendo el mal con tus
destellos,
no doblándote nunca frente a ellos
y no hiriendo sin causa que te
ofenda.
Y cuando mi pistola esté en tus
manos,
no la saques sin causa y sin
razones,
está limpia de sangre, en
ocasiones
es mejor despreciar a los enanos
que enterrar en su tumba sus
baldones.
Yo ya no lo veré, pero es mi
anhelo
que en fiesta nacional, como es
costumbre,
con tu mirada retadora al cielo
vibre al verte pasar la
muchedumbre,
cabalgando en la silla de tu
abuelo.
Delfín Sánchez Juárez
¡QUE NO SE ACABE ESA RAZA!
Fija la mirada al frente bajo el ala del jarano
Rigiendo con la siniestra la riendilla negro y blanco
De ajedrezado de crines, con el bigote arriscado
que vela franca sonrisa sin retos ni sobresaltos
Sobre una silla bordada de un menudo piteado
Y fuste en el que un orfebre dejó artísticos labrados.
Alegrando con la espuela el paso de su caballo
De dilatadas narices, pelo tordillo rodado,
Cola y crines en cascada, ancho endurecido casco
Levanta la polvadera por caminos y sembrados
Una figura señera que es presente y es pasado.
Es el rey del campo abierto, de los horizontes largos
De las tortuosas cañadas con sus caminos quebrados;
El de los tupidos montes, el de los potreros vastos:
El que aprisiona a los toros al extremo de su lazo.
El que manejó la lanza cuando se llamó chinaco
El que cargó el 30-30 siendo revolucionario
El que abandonó el terruño para volverse soldado
cada vez que de la patria volvió a escucharse el reclamo.
Ninguno faltó a la cita, cada quien según sus años,
desde el abuelo hasta el chozno que ahora guardan los retratos
como guardan en los templos las reliquias de los santos.
Que no se acabe nuestra raza de hombres de a caballo....
Es la esencia de la tierra, es el grito campirano
El símbolo de la historia, es el centauro, es el charro
Vendaval que barre el viento de sierra, de costa y de llano.
Cuatro puntos cardinales dan variantes a su garbo;
son todos uno solo, es uno en cada recuadro.
Los siglos en él se pierden, en él se olvidan los años
pasan las generaciones sin estridencias, sin cambios;
mantienen sangre y arreos, lo que cambia es el caballo,
más fuerte, mejor plantado.
Vieja plata ennegrecida de los herrajes de antaño
fustes que en las chaparreras con el uso abrillantaron
Cuántos secretos esconden, el pasar de tantas manos,
el jalón de tantas colas y de tanto pial chorreando.
Los días de tantos sueños, las noches de tantos gallos
las lluvias que en el jorongo tantas veces se estrellaron
junto a una reja en penumbra con postigo entrecerrado;
susurros que llevó el viento camino del campanario
para que repique a boda, en cuanto se cumpla el plazo.
Viejas calles de provincia que aún conservan su empedrado
porque no borren los ecos que en sus piedras se grabaron
Ecos de recios galopes, ecos de furtivos pasos;
recios galopes de guerra, furtivos enamorados.
Por campos, calles y plazas aún sigue pasando el charro;
No es uno solo, son miles los que vienen a su lado
montando como cabalgan los señores por el campo
Van galopando en el cielo como sombras del pasado,
sombras envueltas en niebla con perfiles acusados.
Sombreros de piloncillo, calzoneras de chinaco,
de ellos tenemos nosotros los fustes en que monatmos,
las viejas botonaduras, las sillas de hermosos bastos,
el sarape de gran gala, que casi se está acabando
porque por su trama asoma el recuerdo de los años.
Que no se acabe esta raza de los hombres de a caballo
no por la espuela de estrella, no por el cinto bordado
con ancha hebilla de plata y cartuchos alineados;
no por esas chaparreras que huelen a hombre y a caballo.
No por una pachuqueña o un pantalón campirano
Que no se acabe esta raza del traje cachiruleado
por el hombre que va adentro, viejo o joven, por el charro
Por la mujer en que sueña, que si a él lo sueña es montado
que si lo besa se oculta bajo el sombrero jarano;
que si sale a la ventana ve sus ojos reflejados
en broches que pulió el tiempo y otros ojos reflejaron.
Que no se acabe esta raza porque tiene olor a campo,
color de todos los cielos, sol de todos los Estados,
murmullos de abrevaderos, de ríos, tanques y tajos
El calor de los desiertos, el frío del altiplano y el encanto de los llanos.
Que sigan tal como han sido, ni peores ni más santos,
ni más rudos ni más tiernos, ni altaneros ni humillados,
Más románticos si pueden porque eso nunca hace daño;
guarden vicios y virtudes tal como los heredaron;
el vicio se hace virtud cuando es propio y no copiado,
cuando viene de muy lejos, cuando es costumbre de antaño;
La virtud se torna vicio cuando se vuelve empalago,
cuando se presume de ella, cuando se lleva en un marco
como el pregón de una feria o como un simple reclamo
Que no se acabe esta raza de los hombres de a caballo
O que acabe yo primero, y no me toque llorarlo
Delfín Sánchez Juárez
Soy para mi hijo
lo que se le antoja:
soldado, vaquero,
bombero, piel roja.
Si me quiere perro
me pongo a ladrar,
me vuelvo caballo
si desea montar.
Y si se le ocurre
un día charrear,
yo soy su novillo
para practicar.
Así en ese juego,
según venga al caso,
puede jinetearme
o tirarme un lazo.
Él se sabe dueño
de mi voluntad,
pero nunca abusa
de su autoridad.
Y si acaso lo hace,
paga sus excesos
con un fortuna
de abrazos y besos.
¡Qué le va a importar
siendo tan pequeño,
si llego cansado,
o si tengo sueño!
Y a decir verdad
pues a mi tampoco,
el no descansar
me resulta poco.
Si al fin lo que hago,
con verlo contento,
lo siento pagado
como al mil por ciento.
Quiero que jugando
me sienta su amigo,
que sepa que siempre
contará conmigo.
¡Que goce su infancia
feliz y risueño!
Es ese mi anhelo,
es ese mi empeño.
Por eso, si quiere
que sea perro y ladre...
¡lo hago!, ¡que para eso
Dios me hizo su padre!
José Ma. Parga Limón
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2.-¡QUIEN ME MANDA!
Quiero en mi hijo fomentar
su amor por lo mexicano,
pues me siento muy ufano
de mi sangre y mi solar.
Con esa idea acariciada,
pretendiendo que aprendiera,
lo llevé para que viera
lo que es una charreada.
La mamá me lo enfundó
en un pantalón vaquero,
yo le compré su sombrero,
y él, por su cuenta, se armó.
En efecto, le encantó
tanto lo ahí ocurrido
que en un charro convertido
a la casa regresó.
Andaba yo tan contento,
que incluso, metí la pata,
regalándole una reata
en el calor del momento.
Primero intentó florear
con desplante charreril:
la soga dio en el candil,
¡ya se puede imaginar!
Sobre el pasamanos quiso
ser un jinete audaz,
perdió el equilibrio y ¡zas!
vino a estamparse en el piso.
Cuando rayó su caballo,
(que era en verdad bicicleta),
se echó encima una maceta
y tras el golpe el desmayo.
Y no es todo, enseguida
se puso a colear a un perro,
al que imaginó becerro,
ganándose una mordida.
Después pialó a la sirvienta
¡pobrecita de Camila!
fue a dar de cara a la pila
y por poco no lo cuenta.
Tuve que esconder sombrero,
reata, pistola y botín,
pretendiendo darle fin
a este charrito casero.
Pero todo ha sido en vano
porque él no ha desistido,
¡quien me manda haber tenido
un niño tan mexicano!
José Ma. Parga Limón
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3.- CUANDO TE VISTES DE CHARRO
Siempre he admirado en tí, padre,
la honradez y la entereza,
la bondad y la alegría,
el amor con que me tratas,
la exigencia que hace falta;
no necesito decirlo:
¡ya sabes cuanto te quiero!
Mas cuando vistes de charro
te tengo mayor respeto,
te miro más caballero,
más seguro, más resuelto...
¡se me vuelve idolatría
el cariño que te tengo!
Y es que al mirarte portando
tu roja corbata el cuello,
tu pantalón ajustado,
tu sombrero de gran ala
y tu revólver al cinto,
no sólo a tí te estoy viendo,
veo la imagen de esa patria
que me has enseñado a amar
con tu palabra y tu ejemplo.
Me emociona tanto el verte
cuando te vistes de charro,
que quisiera ser ya grande,
para saber lo que sabes,
para sentir lo que sientes,
para llevar, como llevas,
con tanto orgullo ese traje
y luchar para que nunca
desaparezca lo nuestro:
ni el lenguaje campirano
con sus profundos refranes,
ni el estilo del atuendo,
auténtico, inalterable,
ni la montura, ni el freno,
ni el temple de nuestra reata,
ni lo cerril del ganado,
ni el brío, la estampa y la escuela
propias del caballo charro.
Si supieras cuántas veces
sueño que soy como tú,
y que voy gallardamente
montando tu palomino;
o cuántas veces también,
al contemplarte coleando,
imagino que soy yo
quien derriba aquel novillo
que cae al suelo rodando.
Pero ya lo dice el dicho:
“Para poder ser caballo,
potrillo hay que ser primero”
¡ya me llegará mi tiempo!
Hoy sólo quiero que sepas,
si no es que ya lo has notado,
que aunque siempre ha sido enorme
mi admiración hacia ti,
te miro más caballero,
más seguro, más resuelto,
y te tengo más respeto
¡cuando te vistes de charro!
José Ma. Parga Limón
6.- LA ESCARAMUZA (Para Anai
Treviño)
La escaramuza es un vals
de doncellas a caballo,
es un rosal florecido
bajo el rojo sol de mayo.
La escaramuza es un mar
de holanes, multicolor,
que al galope forma olas
donde se mece el amor.
La escaramuza es un juego
de feria: un carrusel,
y un milagro que da vida
de pronto a cada corcel.
La escaramuza es pulsera
con ocho piedras preciosas,
que a las pléyades superan:
son más y son más hermosas.
La escaramuza es rosario
de cuentas policromadas,
en el que las madres rezan
orgullosas y angustiadas.
La escaramuza es un ansia
de conquistar la victoria,
es sacrificarse un año
por un instante de gloría.
La escaramuza es un sitio
que conquistó la mujer;
el momento en la charreada
que todos esperan ver.
Es audacia, gracia y ritmo,
en ecuestre sintonía,
¡es la cara femenina
de la recia charrería!
José Ma. Parga Limón
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4.-QUE SE REVIENTE LA
REATA
¡Qué se reviente la reata
cuando esté chorreando un pial!,
pero tus ojazos, chata,
que nunca me miren mal.
¡Qué se rasgue la vaqueta
de mi arción al estirar!,
pero tu boca coqueta
no me deje de besar.
¡Qué la yegua palomina
no me obedezca al calar!,
pero tu cara divina
no me impidan contemplar.
Y si me priva la suerte
de tu presencia querida,
¡qué en el paso de la muerte
me caiga y pierda la vida!.
Y haciendo a un lado la pena,
¡qué me entierren mis hermanos
con mi traje de faena…
y tu retrato en mis manos!
José Ma. Parga Limón
5.- EL CHARRO Y LA ADELITA
La fiesta de San Miguel
está en su mero apogeo,
y un charro, con su floreo,
se adorna en el redondel.
Con la soga por el aire
traza su caligrafía,
con asombrosa maestría,
con estilo, con donaire.
Rosa María en el tendido
lo contempla embelesada,
sin quitarle la mirada,
paso a paso le ha seguido.
Del desmayo a punto ha estado
cuando él tiró su mangana
a una yegua rabicana
con el tirón del ahorcado.
En otro lienzo, una vez,
la bajó de una montura
tomándole la cintura
caballeroso y cortés.
Cuando en aquella ocasión,
al descenso firme y lento
alcanzó a beber su aliento,
¡sintió perder la razón!
Desde entonces, al mirarlo,
su corazón de potranca
a todo galope arranca
sin que consiga pararlo.
No sabe él que enamorada,
evitando ser intrusa,
se inscribió en la escaramuza
por seguirlo en la charreada.
Cuando monta la adelita,
siempre procura empeñosa
ser la más habilidosa,
y también la más bonita.
Algún día habrá de enterarse
del amor que por él siente,
y su vez, posiblemente,
también llegue a enamorarse.
Vuelve su héroe a manganear,
con una contrarrodada
genialmente rematada,
¡todas la pudo cuajar!
¡Dios te guarde mi ranchero¡,
¡cuídamelo, Virgencita!,
va rezando la adelita,
tu sabes ¡cuánto lo quiero¡.
José Ma. Parga Limón
8.-LA MUJER DEL CHARRO
Una mexicana está
planchándole la camisa,
tierna, amorosa, sin prisa,
al charro que partirá
a competir a un torneo
nacional en jineteo.
Le aterra y le mortifica
el peligro hacia al que va,
pero no se lo dirá,
nado objeta, no replica,
sufre su angustia callada
cual si no temiera nada.
¡Varios perdieron la vida
al topar con los pitones,
por terribles pisotones,
o en una mortal caída!
Le preocupa, sin embargo
pasará este trago amargo.
|
7.-UNA
HISTORIA DE AMOR
Una preciosa señora
de cuarenta años de edad,
negro pelo recogido
con un moño tricolor,
nívea tez, y una mirada
verde como los maizales,
que combina con el verde
de su traje de adelita,
ceñido por la cintura
con un rebozo de seda,
blanco al igual que sus manos
de alabastrina belleza,
blanco al igual que su cuello
de exquisitez sin igual,
sentada en el graderío
del Lienzo Guadalupano,
contempla con emoción
el desfile de los charros
que este día competirán,
para llevarse el trofeo
de campeón del coleadero
de la fiesta patronal.
Aunque contempla el desfile,
no ve a todos los jinetes,
su mirada se concentra
en un juvenil centauro,
que porta con gallardía,
que es preciso de destacar,
fino jarano de pelo
de pachuqueño planchado,
chaquetilla de gamuza
lisa, color natural,
ajustada chaparrera
con la aletilla piteada,
y, fijas en sus tacones,
par de espuelas cinceladas
por un orfebre de León.
¡Que bizarría de mancebo¡,
-piensa al verlo embelezada-
¡que porte de caballero!,
¡que estampa más varonil!...
y entre sus labios de grana
un suspiro se le escapa
imposible de ocultar.
Al pasar frente a su asiento
montando briso alazán,
el espigado jinete
por un segundo voltea,
y le esboza una sonrisa,
que casi nadie percibe,
pero que hace que ella sienta
que su pecho como un volcán
que está a punto de estallar.
Comienza ya el coleadero.
La algarabía se desata
al golpe de la tambora,
y al mirar a los novillos
uno tras otro rodar.
Allá al fondo de la manga
se observa al mozo en la puerta,
a su novillo esperando,
el caballo se le inquieta,
pero el templado jinete,
lo apacigua, lo acomoda,
y al oír la voz de “¡Va!” ,
sale en berrendo corriendo
tratándose de escapar.
pero el baloneo veloz,
el arcioneo eficaz,
y el oportuno tirón
del osado coleador,
tienen como colofón
un tumbo espectacular:
una redonda derecha
con un punto adicional.
La mujer, en su butaca,
se enorgullece, y ufana
quisiera fuerte gritar:
“Ese muchacho es mi hijo,
es mi hijo, ¡si señor!,
por ventura soy su madre,
la madre que lo parió,
la que lo arrulló en sus brazos,
y la que un día lo amamantó,
que le enseño a santiguarse
y a arrodillarse ante Dios.”
“Y es su padre, mi marido,
quien le heredó la afición,
quien le arrendó ese caballo,
quien lo ha enseñado a colear,
a sostener su palabra,
y a ser un hombre cabal.”
“¡Dios te bendiga, hijo mío!.
En el mundo nunca habrá,
ni madre más orgullosa,
ni padre más ejemplar,
ni hijo con tantas virtudes:
tierno, fuerte, justo, leal,
serio y alegre a la par,
cumplidor de su deber
y honrado como el que más”.
“Y Dios bendiga a la china
con la que te has de casar,
que con ella un día me harás
abuela de un coleador.”
Eso quisieran gritar
su corazón palpitante,
su garganta contenida,
y su orgullo maternal.
Pero guarda para sí,
el raudal de sentimientos,
que en el seno del hogar,
con halagos y atenciones
sobre el hijo volcará.
Esta historia, no se acaba,
y nunca se acabará,
continuará día a día,
continuará año, con año,
se repetirá por siglos,
mientras haya en nuestra tierra,
aunque sea una familia,
sólo una familia charra,
¡tan solo una nomás!.
José Ma. Parga Limón
|
Sabe que él lleva en sus venas
sangre valiente y bravía,
que ama a la charrería,
que en peligrosas faenas
gusta domar los astados
como sus antepasados.
Que con pasional fervor
conserva la tradición
y en más de una ocasión
consiguió ser el mejor,
por diestro y por arrojado,
siendo el mejor de su Estado.
En las malas y el las buenas
ha estado con su marido,
con el cual ha compartido
las alegrías y las penas,
él, amándola a su modo,
ella entregándolo todo.
Siente que hoy le necesita,
y con su serenidad
le inyecta seguridad;
y así, como la Adelita,
le brinda, sin condición,
su apoyo y su comprensión.
Y ocultando su temor,
rogando a Dios que le cuide,
ya en la puerta le despide:
“que te vaya bien, mi amor,
pero cúmpleme un deseo:
¡tráeme a casa ese trofeo!”
Cual invaluable tesoro
la mujer del charro así es,
oculto en su sencillez
tiene un corazón de oro,
y esa entereza bendita
que México necesita.
José Ma. Parga Limón
9.- ¿POR QUÉ TE QUIERO?
Tienes hermosas virtudes,
mas no te quiero por eso;
si otras fueran tus virtudes,
yo te seguiría queriendo.
Tienes algunos defectos,
mas no te quiero por eso;
pues con ellos o sin ellos
yo te seguiré queriendo.
Has dado a luz a mis hijos,
mas no te quiero por eso;
si no tuviéramos hijos
yo te seguiría queriendo.
Eres mi apoyo constante,
mas no te quiero por eso;
si apoyarme no pudieras
yo te seguiría queriendo.
Me fascina acariciarte,
me encanta hacerte el amor,
más no te quiero por eso;
si algo me impidiera hacerlo
yo te seguiría queriendo.
Tenemos los mismos gustos:
la música, los caballos,
la charrería y muchos más,
mas no te quiero por eso;
aunque fueran diferentes
yo te seguiría queriendo.
Compartimos un destino,
mas no te quiero por eso;
si tu camino y el mío
por azares de la vida
toman rumbos diferentes,
y espero nunca suceda,
yo te seguiría queriendo.
Me preguntarás entonces
¿Por qué te quiero?, pues mira,
porque nací para amarte,
y en ello quiero gastar
palmo a palmo de mi vida.
José Ma. Parga Limón
11.-EL PIALADOR
Con el lienzo a reventar
el ambiente está animado.
“El novillo despuntado”
se oye ala banda tocar.
Un radiante sol dorado
se asoma a mirar la fiesta,
como asiduo aficionado
no quiere perderse esta.
Tiras de papel picado
de alegre policromía
parece que en este día
unen presente y pasado.
Se saborea a cada instante
ese olorcillo a potrero,
a lazo, sudor y cuero,
que nos resulta enervante.
Vimos ya a tres caladores
y hay acción en el corral
pues ordenó el caporal
bestias pa´los pialadotes.
La mirada vigilante
bajo el ala del jarano,
lista la soga en la mano
un charro aguarda expectante.
Sobre su baya acemita,
que espera también serena
pues conoce la faena,
se alza en el estribo y grita:
“¡Ya viniera, compañero!”
y empieza a remolinear,
se ve a la yegua asomar
la testa en el partidero...
...y se viene enchiflonada;
el hombre le mide el paso
e imprime fuerza a su brazo
dando vuelo a la lazada.
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10.- LA GRANDEZA DE UN
CHARRO
En este hermoso domingo,
soleado y fresco a la vez,
aquí en la ciudad de Puebla,
linda Puebla colonial,
acaba de terminar
una final excelente
del campeonato esperado
por los de a pie y de a caballo,
el de los Charros Completos:
los ídolos nacionales
que dominan siete suertes
con su pericia y valor.
El lienzo es un pandemonium:
entre matracas y dianas
siete mil almas eufóricas
aclamando al triunfador
lanzan prendas por los aires
en frenética ovación.
Cruz Jiménez, embriagado
de elogios, vivas, y aplausos,
saborea la victoria
ampliamente merecida,
en un ambiente increíble,
apoteósico, genial.
Pero en plena algarabía
sucede algo inesperado:
al ruedo, que ya se encuentra
tapizado de sombreros,
entra un anciano encorvado
por el peso de los años,
su lento paso arrastrando
apoyado en un bastón,
y se dirige, resuelto,
hacia el flamante campeón,
que ante el silencio que impera
súbitamente en el coso,
se desconcierta y voltea
tratando de comprender
qué es lo está aconteciendo.
De repente ve a aquel hombre,
y ante el impacto se queda
inmóvil, paralizado.
El viejo sigue avanzando
unos cinco pasos más;
el charro entonces reacciona
y se encamina a su encuentro.
Al pararse frente a él
se descubre respetuoso,
y con genuina humildad,
toma su mano triunfal,
la débil y temblorosa
de su venerado padre,
inclinándose, la besa,
y sólo entones acepta
el abrazo que impaciente,
que ansioso, le vino dar.
Llora el orgulloso padre
invadido de emoción,
llora el hijo conmovido
por el abrazo del padre,
lloran las mujeres todas,
los charros hacen esfuerzos
por no mostrar su afección ,
pero sus bigotes tiemblan,
pero sus ojos se anegan,
y un lagrima furtiva,
al correr por la mejilla,
notablemente suaviza
la legitima altivez
que el vestir de charro da.
La turba, enmudecida
ante la sentida escena
de amor paterno y filial,
exhala un solo suspiro,
profundo, descomunal .
Yo al mirar que el noble hijo
da ese ejemplo de humildad
en su momento de gloria,
que el hombre más poderoso,
sin duda ha de envidiar,
recuerdo aquellas palabras
que siendo niño escuché:
“Nunca el hombre es tan grande,
como cuando honra a sus padres,
que son imagen de Dios”,
y alzo los ojos al cielo
para pedirle a la Virgen
Morena del Tepeyac,
bendiga a la charraría
por sus bellas tradiciones;
bendiga a la charraría,
por sus preciosos valores ;
bendiga a la charraría,
herencia de nuestros padres;
y nos conceda que, nunca,
nuestros hijos, nuestros nietos,
la lleguen a abandonar.
José Maria Parga Limón
|
La bestia en su fuga loca
los remos traseros mete
en el lazo que el jinete
oportuno le coloca.
Inmediatamente amarra
sacando humo al chorrear,
dejándonos contemplar
una bella estampa charra.
Es el momento crucial:
la cerril es detenida
totalmente en su estampida
¡está consumado el pial!
El público se desfoga,
vuelan sombreros al viento,
él, parsimonioso, lento,
va recogiendo su soga.
Y continúa la jornada
con su alegría y su emoción,
brindándole a la afición
una excelente charreada.
Como ésta, muchas versiones
en la tierra mexicana,
en cada fin de semana,
hay por todos sus rincones.
No se te olvide paisano,
y cualquier lienzo visita,
que cada charro es tu hermano
en nuestra patria bendita.
José Ma. Parga Limón
12.- EL JINETEO
Bufa el toro inquietamente
con vesania en el cajón
al sentir el apretón
de la cuerda de repente.
Toneladas de furor
hay en su musculatura
y su casta y su bravura
lo han hecho ser el mejor.
Ya está puesto el tentemozo
para que de él se sujete
el intrépido jinete
que va ha montar al coloso.
Se abre la puerta dejando
al ruedo libre el acceso
pasa un segundo y en eso
sale el bruto reparando.
En cólera desatado
brinca, gira , salta, vuela,
y el charro, cual sanguijuela,
se le mantiene pegado.
No hay en su cara un asomo
de miedo o de cobardía,
conserva su gallardía
impertérrito en el lomo.
Esto es un duelo de orgullo
de dignidad, de coraje,
ambos traen buen equipaje,
cada cual tiene lo suyo.
Se prolonga la faena
hasta que el cebú agotado,
camina al fin sosegado
lentamente por la arena.
Ni con la espuela insistente
vuelve al reparo el cornudo,
aceptando que no pudo
derribar a su oponente.
El victorioso se apea
cruzando la pierna arriba
justamente de la jiba,
¡este si que jinetea!
Siempre que miro, por Dios,
jinetear a un mexicano
grito sombrero en la mano:
¡como mi tierra no hay dos!
José Ma. Parga Limón
|
13.- EL PASO DE LA
MUERTE
Bien puesta la chaparrera
y el sombrero bien calado,
a pelo el cuaco montado
va el charro a toda carrera.
Quiere ejecutar la suerte,
que por ser tan azarosa,
difícil y peligrosa
llaman “paso de la muerte”.
Poniendo en riesgo su vida
saltará en pleno tropel
desde su veloz corcel
a una yegua en estampida.
Para asirse solamente
ha de contar con la ayuda
de la crin de la greñuda
que alcanza rápidamente.
Le impulsa su pierna izquierda
mientras alza la derecha
lanzándose como flecha
y afianzándose en la cerda.
Perfectamente horquetado,
con serenidad y aplomo,
ya cabalga sobre el lomo
del animal azorado.
Ni el corcovo malicioso,
ni la fuerte sacudida,
produjeron la caída
del mexicano mañoso.
La bestia queda rendida
acogiéndola de la oreja
desmontando en paz la deja
en cuanto ésta se descuida.
Y con pisada segura,
cual si nada haya pasado
regresa el charro, pausado,
hacia su cabalgadura.
La destreza con la suerte
otra vez se ha conjuntado
dando como resultado
un buen paso de la muerte.
José Ma. Parga Limón
Romance del Testamento
José María Gurría Urgel
Mucho varón era el viejo
para caer del caballo.
Fue la bestia que al
subir
el empinado barranco
cayó de espaldas con él
echando al aire los
cascos.
La manzana de la silla
con una piedra del vado
le
rompierón el esternón
y parte del espinazo.
Así fue como empezó
a
morirse Don Nazario.
Le dieron friegas al pecho
con árnica y con tabaco.
Cuando lo vio el doctor
que enviaron de Pichucalco
nomás movió la
cabeza
para un lado y otro lado.
Con un propio le mandaron
a decir a su muchacho
que era estudiante en San Juan
la capital de Tabasco.
Tan luego como
llegó
las lágrimas le rodaron.
Cuatro días con sus noches
estuvo el viejo privado
en el quinto abrió los ojos
y los paseó por el cuarto
y mirando
tanta gente
se dio cuenta de su estado.
Ya me tocó, doctorcito
para qué lo molestaron.
no
se preocupe, Don Naz
que no es cosa de cuidado.
La cosa estaba de
Dios
y sé que estoy acabando.
Sin ocultar su tristeza
miró al muchacho a su lado.
Sentado estaba en el catre
y cogiéndole una mano
Con un gesto le
pidió
el vino seco y dorado.
Miró el joven al doctor
que autorizó lo mandado
bebió el viejo de un jalón
cuando menos medio vaso
y entrecerró las
pupilas
para saborear el trago.
Al abrirlos, nuevamente
busco la faz del muchacho
y dictó su testamento
con acento firme y claro.
Yo le serví de
testigo
y hoy le sirvo de escribano.
"Dueño legal de esta finca,
si no es hoy, para mañana
en tus manos será mucho
será poco, será nada".
Es riqueza en la medida
en que el amo la trabaja
con un año de abandono
se la come la montaña.
Instrumento de labor
sin trabajo, sólo es carga;
como un machete,
sin hombre
que lo saque de su vaina.
Y con ello te esclaviza
pero se vuelve tu esclava
pero esclavos
uno de otro
al par serán amo y ama.
Y de este modo te harás
la cuenta de que la casas
pero no sólo
contigo
sino con toda su raza.
Ella y tu sólo difieren
en que ella queda y tu pasas
cuando se
acabe tu amor
el de tu hijo lo reemplaza.
Te dará para vivir
no para juegos y danzas
pagándote tu
trabajo
se apropiará la ganancia.
Pero tú serás dichoso
contemplando lo que gana
entre más hermosa
sea,
más presumes con tu dama.
Nunca el oro te darán
sus árboles
ni su casa
obra de años son, y el tiempo
ni se compra ni se
tasa.
Así pensaron mis gentes
y así mismo pensó mi alma
quien trabaja
por amor
no se preocupa de paga.
Y sembraron naranjales
verdes como la esperanza
sin pensar por el
momento
en comerse las naranjas.
Los jobos en el llanito
los castaños en las playas
y nances y
pomarrosas
y limoneros y jaguas.
Y guapaques en la loma
y cocos en la sabana
y zapotes y
aguacates
y chinines y guayabas.
Jugos, almendros y uspíes
mangos, mameyes y guayas,
tamarindos y
caimitos,
marañones y tuxpanas.
guásimos y capulines,
achiotes, cidras y palmas
ciruelos y
jinicuiles
y pimientas y guanábanas.
Y lo mismo que los árboles
se fue formando la casa
cuarto por
cuarto la hicieron
generaciones pasadas.
Fue primero una casita
de hoja de té y de majagua
fue después de
material
y de tejas coloradas.
En sus principios tenía
corredor, cocina y sala
y más tarde
añadieron
una a una las recámaras.
Luego trojes y bodegas
patios, chiqueros y cuadras
corredores con
portales
y potreros de alambrada.
Y madrearon los plantíos
con hulares y alcaparras
alineados con
paciencia
a punta de hilo y de escuadra.
Y se abrieron cien caminos
se fijaron estacadas
y se tendieron
cien puentes
sobre arroyos y cascadas.
Y las cosas que se han hecho
y que no ve tu mirada
por conocerlas
de niño
ya no estoy para contarlas.
En lo pequeño y lo grande
hasta en la mísera zanja
los que
murieron dejaron
de su fatiga la marca.
El abuelo de tu abuelo
vino de tierras lejanas
y la troje de su
milpa
fue su primera cabaña.
Mi bisabuelo tumbó
de la selva la escurana
algunos oyen de
noche
el galope de su ruana.
Secó mi padre pantanos
y regiones inundadas
algunos oyen de
noche
el galope de su ruana.
Secó mi padre pantanos
y regiones inundadas
algunos oyen de
noche
el sonido de las palas.
Abrí yo grandes potreros
maté tigres y alimañas
oirán algunos de
noche
los disparos de mi huaca.
Ahora te toca a tu vez
y yo te dijo: trabaja
que alguno escuche
en la noche
algo que deje tu fama.
No vendas nunca la finca
pues vendes cosa sagrada
vendes con
ellas tus muertos
vendes con ella tu raza.
No sin razón, los antiguos
una heredad la llamaban
porque una
finca, hijo mío
debe ser sólo heredada.
No la vendas, es ajena
y traicionas la confianza
de tus muertos y
tus hijos
del pasado y la esperanza.
No la empeñes, que las fincas
los intereses no pagan
ya te dije:
dan la vida
más se apropian la ganancia.
Yo la obtuve de mi padre
y te la entrego aumentada
y tu entrégala
a tus hijos
si es posible, mejorada.
Calló el viejo; una mujer
que lo escuchaba llorando
le puso un
Cristo en el pecho
y le cruzó las dos manos.
Con un pañuelo
enmarcó
la cabeza del anciano.
Besó el mancebo la frente
de lo que fuera el finado
y a un rincón
se retiró
porque no vieran su llanto.
Cuando volvió la cabeza
vio
las velas alumbrando.
Salió luego al corredor
y se oyó su voz de mando:
Avisen al
carpintero
que limpien el camposanto.
Y la finca y él supieron
que eran al par, ama y amo
o si ustedes
lo prefieren
una esclava, y un esclavo.
José María Gurría Urgel
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14.- A MI MADRE
Hoy vi tu fotografía
donde de china poblana
vas montando una alazana,
¡grata sorpresa la mía!
La emoción aún me dura
y no sé como explicarte
lo que sentí al contemplarte
bien plantada en tu montura.
Tu falda lentejueleada
con vistosa alegoría,
con el sol resplandecía
mostrándote iluminada.
Vi tu rebozo enredado,
como sierpe a tu cintura,
y rematando en la altura
tu sombrero alamarado.
¡Qué mexicana beldad!,
sí mamá ¡ qué porte el tuyo!
al verte henchido de orgullo
me estremecí de verdad.
E imaginé claramente
en ese desfile patrio,
mirándote desde el atrio
a mi papá entre la gente.
Al momento comprendí,
poniéndome es su lugar,
que tenía que terminar
enamorado de ti.
Quiero que esa foto quede
en la pared de mi sala,
luciendo toda su gala
hasta donde más se puede.
¡Que brille tu lentejuela
iluminando mi hogar;
y que mi hijo aprenda a amar
y a venerar a su abuela!
José Ma. Parga Limón
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